|   I ANGUSTIAS PENAS  Angustias
    vivía en una urbanización de alto standing, de estas con innumerables
    piscinas y jardines laberínticos con puentes y arcadas que llevaban a los
    distintos súper apartamentos… y por los que Angustias había transitado,
    perdida y angustiada al principio de mudarse, buscando su propio
    apartamento.   Manolo,
    su marido, había triunfado.    En él no
    quedaba nada  del chico moreno y
    enjuto, que aprovechando sus conocimientos de paleta había reformado la
    casita donde vivieron al casarse y en la que Angustias se sentía tan a
    gusto.    Allí
    nacieron sus tres hijos y allí empezó la fulgurante ascensión de Manolo a
    bordo de la colosal burbuja que él contribuyó a hinchar.     En su
    ascensión Manolo incorporó las maneras que asociaba con el triunfador: un
    tono arrogante y firme, gestos campechanos de “superior” simpático, unos
    cuantos kilos, fruto de los negocios acordados en  restaurantes (y que desgraciadamente se
    concentraron en su tripa)  trajes a
    medida y unas gafas de sol muy, muy negras.   Angustias
    vivió el inicio de la ascensión familiar sin casi enterarse, abrumada por
    sus ajetreados días de ama de casa con niños pequeños y sin dinero para
    permitirse una asistenta. Se afanaba para solucionar todos los problemas
    diarios, para no molestar al pobre Manolo que se mataba trabajando.   El pobre
    Manolo en estos primeros tiempos había alquilado un despacho, comprado un
    coche, conocido gente influyente y caído en la cuenta de que  él podía participar de la suculenta tarta
    que unos pocos se repartían.    Los
    ambientes a los que accedía y la gente que trataba aunque no muy refinados,
    le hicieron ver que el barrio en el que vivía no era el adecuado para sus
    ambiciones. También observó que su mujer no tenía el aspecto que
    correspondía a la pareja de un triunfador, y que sus hijos debían cambiar
    de escuela e ir pensando en carreras universitarias.      La
    primera premisa se solucionó con la compra de un apartamento en un complejo
    faraónico en cuya construcción había intervenido. La segunda, se resolvió
    proporcionando una asistenta para ayudar a su mujer y presionando a ésta
    para que fuera a la peluquería, al gimnasio y a las boutiques exclusivas.
    La tercera fue más fácil, eligió una 
    escuela de élite  donde
    matriculó a sus hijos como paso previo a la Universidad.   Angustias
    se resistía a los cambios, especialmente a los que le concernían, los hijos
    iban creciendo y le daban menos trabajo, le gustaba el barrio, la casa en
    que vivía  y las amigas con las que
    compartía una vida parecida.  No le
    hacía ninguna falta una asistenta que además le parecía que devaluaba  su trabajo de ama de casa. Además nunca
    había pensado que podía gastar dinero en sí misma. Manolo no había
    compartido con ella unos ingresos que ganaba e invertía sin dar
    explicaciones. La presión de su marido para que se cuidara más en lugar de
    halagarla, la hizo sentirse insegura y perder confianza en su aspecto.   Los
    hijos ya estudiaban en la universidad y no vivían con los padres. Las pocas
    veces que aparecían no compartían con ella, aunque tampoco con su padre,
    sus vivencias. La instrucción que recibían y en menor medida la cultura que
    los barnizaba era tan distinta de la que tenían sus padres, que la
    distancia que los separaba se había convertido en un foso insalvable.   La nueva
    Angustias rubia y bien peinada, enfundada en vestidos  ceñidos 
    y tacones altos, se operó el pecho (siguiendo el consejo de su
    peluquera), cuando intuyó que Manolo tenía una amante, y se hincho los
    labios cuando supo con certeza que había comprado un  piso a una chica muy joven.     Nunca
    había vuelto a ser ella misma  desde
    que, como decían los demás,  habían
    triunfado. Aunque en realidad ella nunca había pensado en cómo era sino que
    simplemente vivía y hacia lo necesario según las circunstancias.   Era
    ahora precisamente cuando no sabía qué hacer, la trama de su vida  no le pertenecía. Nunca se había adecuado
    al nuevo entorno, se sentía ajena, insegura y desgraciada. Además Manolo
    pasaba muchos días sin aparecer por casa 
    y cuando lo hacía era peor porque para disimular su malestar se
    volvía, desdeñoso, malhumorado y agresivo.   Angustias
    siempre había sido de pocas palabras así que un día sin dar explicaciones,
    abandonó su lujosa vivienda y regresó a la que consideraba su casa.    Volvió a
    sentirse dueña de sus actos en su propio ambiente,  aunque le costó  recuperar a sus antiguas amigas que medio
    la envidiaban, cuando veían su nuevo aspecto y medio la compadecían, porque
    creían que su marido la había abandonado.   Lo que
    más le fastidiaba a Angustias era precisamente su nueva imagen: le
    incomodaban sus híper pechos y sobre todo los abultados labios.
    Pensaba  que la  afeaban y además, le impedían modular
    bien las palabras… pero era difícil y caro deshacerse de los volúmenes
    adquiridos y ahora no podía permitírselo.    Mucho
    más fácilmente se deshinchó la burbuja inmobiliaria y con ella el mundo de
    las altas finanzas en que se movía Manolo y que le obligó a regresar
    después de unos años en la cárcel…  Pero
    esto ya es otra historia… y Angustias era ya otra mujer.   Asun Batlle ■■■   II MANOLO GALLO Manolo
    era un chico listo. “Muy apañado” como decían en el barrio. Se le daban
    bien los arreglos y tanto hacia de albañil como de lampista o echaba una
    mano de pintura donde hiciera falta.    Tenía
    ambiciones y muy buena opinión de sí mismo: “Yo me hago respetar” era una
    de sus frases favoritas. Cuando se casó con Angustias, una chica  agraciada, sencilla y discreta, quiso
    dejar desde el principio las cosas claras: En su casa se hacía lo que él
    decía y no había más opinión que la suya.   Las
    cosas iban bien, la familia creció, Angustias era una mujer que sabía estar
    en su sitio, es decir a su servicio y al servicio de los hijos.    Ya que
    los mantenía a todos y cada vez mejor, Manolo, que tenía que soportar las
    exigencias de sus patronos, era también exigente al llegar a casa.
    Criticaba la comida,  era
    quisquilloso con la limpieza y sobre todo con la educación que Angustias
    daba a sus hijos que jugaban y alborotaban molestando su descanso, (el de
    Manolo).    Cuando
    el trabajo aumentó tuvo que pedir ayuda a un sobrino, después   a un vecino jubilado y más tarde a dos
    chicos que habían aprendido el oficio. Entonces montó una empresa y empezó
    a ser conocido en el sector. Su gran momento llegó cuando a través de un
    constructor importante conoció al regidor de urbanismo.    Este
    hecho lo catapultó a la cima. Al año de intervenir en importantes
    operaciones inmobiliarias se dio cuenta de la cantidad de dinero que podía
    llegar a ganar si jugaba bien sus cartas.   Inconscientemente
    asumió el aspecto que consideraba adecuado a su creciente importancia, supo
    ser adulador y la vez servicial con los personajes importantes que, a
    cambio,  lo trataban con campechanía
    y le ofrecían suculentos porcentajes en negocios concertados en buenos
    restaurantes. Y sobre todo, lo que más le halagaba era la confianza que le
    demostraban, hasta el punto de que en ocasiones le pedían que firmara en su
    nombre, importantes operaciones financieras.   Manolo
    estaba exultante, además de ser un hombre al que se valoraba,  vivía en un complejo inmobiliario
    despampanante. Tenía tres coches, dos para él (uno descapotable) y otro
    para los chicos aunque, desde  que
    estudiaban en la universidad, casi nunca 
    iban por casa.    Ésta era
    una de las cosas que le fastidiaban: la ingratitud de su familia, sus hijos
    no le contaban nada y sólo sabían pedirle dinero. Para colmo, aunque no le
    gustaba admitirlo, notaba que lo miraban con cierta superioridad y que no
    les gustaba presentarlo a sus amigos.   Su
    mujer, sin embargo era la peor, Angustias era una desagradecida incapaz de
    valorar  lo que él había conseguido y
    la buena vida que le daba. No solamente no se mostraba feliz sino que en
    algún momento se había atrevido a preguntarle de donde salía tanto dinero.
    Como si ella fuera capaz de entender nada de negocios… Claro que después del
    bufido que le pego seguro que nunca más se atrevería a preguntarle nada.    Angustias,
    ahora se daba cuenta, no era la mujer que le convenía. A él le gustaban las
    mujeres con personalidad y no éstas bobas sumisas que no  decían lo que pensaban y sólo sabían
    poner cara de resignación y pena.      A él le
    gustaban las mujeres como Nati, moderna y
    desparpajada, que sabía tratar a los hombres utilizando sus armas de mujer
    y haciéndoles sentir únicos. Sólo le fastidiaba que  Nati  fuera sobrina de la peluquera de su
    mujer, aunque Angustias con lo corta que era, seguro que no se enteraría.    Sin
    embargo, su mujer fue capaz de sorprenderle en una ocasión: le pidió dinero
    para ir a un balneario, (cosa a la que accedió encantado porque así podría
    estar con Nati sin tener que disimular), pero le
    había mentido. En realidad estuvo en una clínica para ponerse implantes de
    mama.    Con la
    novedad Manolo recobró el interés sexual por su mujer y además hizo un
    descubrimiento importante: los turgentes pechos de Nati
    tampoco eran naturales. Sintiéndose estafado, rompió con Nati y en el futuro dirigió su interés a muchachas muy
    jóvenes que no le dieran gato por liebre.    Surfeando
    a bordo de la burbuja inmobiliaria, 
    enamorado hasta el tuétano de una nueva amante,  “su preciosa muñequita” como él la
    llamaba de sólo 19 años, Manolo era un hombre enajenado encerrado en su
    propia burbuja de felicidad.    No la
    enturbió el hecho de que Angustias se hubiera marchado.  Desde que vivía su gran amor apenas la
    veía, procuraba evitarla porque le ponía nervioso y malhumorado su
    expresión triste y desconcertada. Para colmo tenía un aspecto muy raro,
    quizá se había caído porque tenía los labios muy hinchados… aunque mejor no
    preguntar ni  darse por enterado.   El
    cambio de ciclo económico casi no le afectó al principio. No podía creer en
    las aves de mal agüero que predecían el final de los buenos tiempos. Si,
    era cierto que se empezaban menos obras y resultaba más difícil cobrarlas,
    pero seguro que era una racha transitoria. Sin embargo, pronto, los sucesos
    se desencadenaron: Los bancos ya no ofrecían  préstamos a larguísimos plazos. Las
    hipotecas, de acuerdo con las condiciones escritas en letra pequeña y nunca
    comentadas, permitían subir los intereses y eran intransigentes con el
    impago de las cuotas.  Los complejos,
    las casitas adosadas, los apartamentos y las segundas residencias  ya no se vendían. Las obras en marcha se
    paralizaban y se convertían en futuras 
    ruinas  arqueológicas.    La gente
    se rebelaba contra los bancos y los políticos intocables, porque eran ellos
    quienes perdían no solamente sus casas, sino también el dinero que habían
    invertido en ellas. El  malestar
    social casi no afectó a la banca, la parte más poderosa,  pero sí 
    a los políticos poniendo al descubierto componendas y corruptelas.   Manolo
    ya no era el mismo, sus amigos importantes estaban siempre reunidos  cuando les llamaba. Su colega, como le
    gustaba llamar al regidor de urbanismo, apareció en los periódicos como
    inculpado y en la misma noticia aparecía su nombre. Si, allí estaba por fin
    su nombre: Manuel Gallo  Gris entre
    los personajes famosos, ¡tuvo que leerlo dos veces hasta asumir las alturas
    que había alcanzado!    Pronto,
    pero, tuvo que pinchar su propia burbuja de triunfador, había sido un
    listillo poco escrupuloso y fanfarrón, 
    manipulado por otros listos bien asesorados, que sabían cómo  moverse en el terreno de la estafa sin
    infringir las leyes. Dentro de la desgracia, le gustó ser reconocido como “cerebro”
    de muchas operaciones fraudulentas, en realidad él no sabía ni de que se
    trataba, pero es posible que hubiera ideado más operaciones de las que
    creía…    Su
    nombre en diversos documentos lo atestiguaba y su firma confirmaba también
    sus responsabilidades.    El
    regidor de urbanismo ofendido por la falsa acusación, convocó una rueda de
    prensa defendiendo su inocencia, respaldado por su partido que lo apoyó sin
    fisuras y le ascendió a ministro.    Manolo
    mientras, vivió el derrumbe de su fortuna, el abandono de “su muñequita”,
    amigos y familia y tuvo que soportar las innumerables citaciones y juicios
    que le llevaron a la cárcel.     Cuando
    salió era otro hombre. La cárcel le dio tiempo para reflexionar  y la reflexión le volvió taciturno,
    amargado y lleno de rencor.    En plena
    depresión regresó a su casa de recién casado. Le pareció más bonita de lo
    que recordaba y su mujer también parecía distinta. Había montado un pequeño
    taller de costura para hacer arreglos y se veía segura y decidida.    Angustias
    le acogió con frialdad y le enseñó su dormitorio. Dejo claro que podía
    quedarse hasta que encontrara un trabajo y pudiera costearse otra vivienda.
       Manolo
    enrojeció de rabia, se puso a gritar como un energúmeno hasta que vio
    aparecer en la cara de Angustias una sombra de la expresión temerosa y
    apocada que la caracterizaba. Exasperado y fuera de control,  furioso contra todos especialmente contra
    aquella mujer que sin él no era nada, pero que sin embargo no había
    naufragado, Manolo la apartó de un empujón y corrió a la cocina.     Volvió
    con un cuchillo. Antes de clavarlo vio cómo Angustias le esperaba con una
    mirada tan firme y serena que le dejó paralizado.  Asun Batlle      |