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     (FRAGMENTOS,
    PRESENTACIÓN OBRA)      
    20 Relatos con contenido            Santiago Salcedo.                                                         
     ÍNDICE   Relato nº 1
    Vanidad de vanidades        
    3 Relato nº 2
    Pompas de jabón                  8 Relato nº 3
    ¿Ovnis?                               34  Relato nº 4
    La 1ª vez que miré el Cielo 51 Relato nº 5
    Un mundo distinto              53 Relato nº 6 León el tertuliador              56 Relato nº 7 Los siete sellos de Abeján    59 Relato nº 8 Un deseo cumplido             
    69 Relato nº 9
    Quimera                              76 Relato nº 10 Raúl y Telemágica            79 Relato nº 11 Aquellas Navidades          
    91 Relato nº 12 El espejo de Penélope      
    104 Relato nº 13 Tolón,
    el niño que quer    110 Relato nº
    14 Un reino de fábula           115 Relato nº
    15 Terrible dilema                 117 Relato nº
    16 Célula Humana                120 Relato nº
    17 Visita a un museo,
    algo     128 Relato nº 18 Un ejecutivo con poca      
    132 Relato nº 19 Una enfermedad
    extraña  140 Relato nº 20 Morirse de viejo o de abu  145       RELATO nº 1   VANIDAD DE VANIDADES Barcelona 1994.   En un llamativo escaparate adornado con sus mejores galas
    navideñas, se ofrecen a la curiosidad "mercanticida"
    de la gente, los productos que, angustiados y silenciosos aguardan,
    luciendo su mejor apariencia y forma como corresponde en las fechas tan
    destacadas que se celebran, un dueño digno que les dé vida.        En medio de la
    innumerable lista de objetos de regalo que la tienda presenta, destaca
    brillante y rutilante la estrella de todos ellos, una esbelta pluma de
    reluciente y dorado plumín. Descansa indolente en un mullido y blanco lecho
    de satén, todo él guardado en un pulido y bien trabajado estuche chapado en
    oro. Su cabeza, al descubierto, muestra la nobleza de su arte en unas
    formas perfectas, talladas en oro de ley, terminada en una puntiaguda
    corona de reluciente platino, adornada con dos minúsculos diamantes cuyos
    destellos traspasan los cristales del escaparate, llamando la atención de
    los que se aproximan a verlo. Su cuerpo vestido de elegante negro, aprieta
    su cintura un dorado anillo que soporta el sello de su noble abolengo,
    también de oro. Su parte inferior enfundada en recio capuchón acabado con
    otro diamante de mayor calibre.        Al pie de esta
    deslumbrante joya, hay un pequeño escrito, enmarcado elegantemente, en el
    que se anuncia a todos los que admiran tanta belleza, que es una pieza
    única de la que sólo hay en el mundo 320 ejemplares porque es "una
    serie numerada". Vana tontería ésta. ¿Acaso importa para el buen
    funcionamiento de este objeto, que otros tengan o no tengan el mismo
    utensilio? ¿O es que el hecho de que sean contados en el mundo, los
    "privilegiados" que tienen una pluma como ésta, influirá en la
    calidad literaria que salga de su tinta de "sangre azul"?                    ¡¡VANIDAD DE VANIDADES!!        Más abajo su precio
    destaca hiriente para la insaciable hambre de compra de la innumerable
    gente que la admira: TRESCIENTAS TREINTA Y CUATRO MIL PESETAS.        Apartado de tanto
    esplendor y elegancia, en un rincón del distinguido escaparate, semioculto por otros objetos de importante valía, hay
    un sencillo y transparente estuche de plástico vulgar y corriente, que
    permite ver en su interior un humilde "boli", que se ofrece a la
    venta con un precio irrisorio de OCHENTA Y CUATRO PESETAS. Es muy probable
    que esté ahí, ocupando un escaparate de gala, por un involuntario olvido de
    la persona encargada de prepararlo y adornarlo para tan significativas
    fiestas de Navidad o, bien, como contraste humillante para resaltar aún
    más, si cabe, la diferencia entre la riqueza y la pobreza. La verdad es que
    hay que fijarse con mucho detalle, para darse cuenta de su mísera
    existencia.          Llega el potentado de
    turno y compra la bella y reluciente pluma estilográfica; pero al reparar
    en el insignificante bolígrafo de plástico se le ocurre una idea que pone
    inmediatamente en práctica. Ordena que se lo envuelvan, también, con el
    mismo lujoso envoltorio que la elegante pluma. La empleada que la atiende
    lo mira extrañada; pero cumple diligentemente su deseo. El potentado y su
    familia se reúnen en torno al árbol en la Noche Buena. Desparramados
    alrededor del grande y bien adornado abeto, están los abundantes obsequios;
    cada uno luciendo sobre su lomo el nombre del destinatario. Es el momento
    culminante de la gran ceremonia familiar. Cada uno busca ansioso su regalo.
    Marisa, la hija única de la familia que está estudiando quinto de Derecho,
    coge el pequeño paquete en el que se lee con letra clara de rotulador, su
    nombre.        Rasga el envoltorio con
    las prisas y tirones con que se abren los regalos en estas celebraciones.
    Entretanto su mente trabaja a cien intentando adivinar lo que se esconde
    tras aquellos inoportunos papeles que le impiden saber de qué se trata.        -Debe ser el collar de
    diamantes que vi en una joyería, el día que acompañé a papa a comprarse un
    reloj. Recuerdo que le dije lo mucho que me gustaba. Y hasta le di un beso
    para que no se olvidara, -piensa ilusionada-.        Por fin ya tiene entre
    sus manos el fino estuche chapado en oro. Lo palpa y lo mira mientras
    ansiosa, lo hace girar entre sus manos intentando descubrir la posición
    exacta para abrirlo con toda solemnidad, como lo exige el momento.         -¡Es precioso! -Exclama,
    mientras saborea anticipada-mente lo que espera hallar en su interior-.        Sólo una persona está
    siguiendo con extrema atención todo lo que está haciendo Marisa, mientras
    los demás siguen enfrascados en parecida tarea que la de nuestra
    protagonista. Esta persona es su padre. Por la forma inusual de cómo está
    pendiente, algo muy especial debe haber preparado, porque de lo contrario
    ni se molestaría en prestar su interés por un hecho que, para él, resulta
    tan aburrido.        Una repentina
    exclamación salida de la garganta de la muchacha, atrae al resto de la
    familia. Todos se interrogan el porqué de aquel cambio en la, hasta hacía
    poco, cara sonriente de Marisa que en estos momentos era recorrida por
    gruesas lágrimas de infelicidad, mientras sus ojos fijos y sin parpadear, no
    los quitaba del interior de aquel brillante y precioso estuche de oro que
    acaba de abrir.        Se acercan todos,
    olvidando por el momento sus propios regalos, alertados por la extraña
    actitud de la chica que no para de llorar. El progenitor sigue la escena,
    impertérrito e internamente divertido. Ni siquiera se ha acercado para ver
    lo que sucede.        Las miradas de todos,
    después de comprobar lo que había dentro del dorado estuche, se dirigen
    acusadoras hacia él.             La hija saca su
    contenido y lo muestra a todos. Entre sus dedos está el sencillo
    "boli" de ochenta y cuatro pesetas, que ufano al verse paseado
    ante tan distinguido público, parece que ha ganado en esbeltez y presencia.        Una risa fuerte rompe la
    tensión del momento. El padre, satisfecho por el efecto de su broma, saca
    de su bolsillo un paquete igual que el que acababa de abrir su desconsolada
    hija y se lo da, mientras le quita de la mano el anterior regalo-broma.        -Toma -le dice-. Es algo
    muy especial. ¡Ábrelo!        La deslumbrante pluma
    estilográfica hace acto de presencia. La joven la mira sin saber que decir.        -Te he dicho que es un
    regalo especial porque sólo una joya de esta categoría y belleza, puede ser
    la que firme el final de tu carrera. Este año acabas Derecho y he pensado
    que este hecho tan importante y notorio para nuestra familia, debe ser
    rubricado con una estilográfica de esta clase.        Se oyen "ohes" de admiración y alabanza hacia la preciosa
    pluma. La hija no parece muy entusiasmada.            -Y como broche de oro a
    esa firma y fiesta de tu graduación -continúa hablando el padre-, ten este
    otro regalo que, a buen seguro será con el anterior, el perfecto
    complemento para este importante evento.        El padre le entrega otro
    pequeño paquete que acaba de sacar del bolsillo derecho de su americana.        Al abrirlo, se encuentra
    con el collar que ella esperaba. Su cara se ilumina de alegría, al mismo
    tiempo que abraza fuertemente a su padre y sus labios le dan las gracias
    repetidamente.                                                                                     ■■■■        Las fiestas de Navidad
    han quedado atrás. Una semana después todo ha vuelto a la normalidad. La
    lujosa pluma descansa olvidada en su estuche dorado, encerrada en la caja
    fuerte con el resto de las joyas de la familia. Nadie se acuerda de ella.
    Su gran valor la hace prisionera de si misma. En
    el silencio de su encarcelamiento, llora sola y recuerda los días de
    esplendor, cuando su belleza era admirada por tanta gente allá en el
    perdido escenario de sus triunfos pasados: el escaparate.        Mejor suerte tiene
    "el pobre" bolígrafo. Marisa se lo dio a la mujer encargada de la
    limpieza de la casa. En estos momentos siente el calor y la inspiración del
    hijo de esta señora humilde. Es poeta y lo tiene siempre consigo. El
    "boli" vive feliz al percibir cómo su sangre hierve,
    transformándose en unos hermosos versos. Estas estrofas que pongo a
    continuación las acaba de escribir José, el hijo de la empleada, con la
    noble tinta que guarda su alma de instrumento vulgar y corriente:   Púrpura grana son tus labios, fina seda, tu piel, ¡amada mía! Todo tu ser, inspiración divina, obra sublime salida de sus manos.   Viento cálido que anima las tardes
    del crepúsculo. Lenguaje de las infinitas riquezas. Espejo de las transparentes aguas
    cristalinas.                                                             
    ® ® ®       RELATO nº 2   POMPAS DE JABÓN Barcelona 1995. 
 -¡Mamá! ¡Mamá!
    -Entró corriendo Ana en el comedor, una niña de unos ocho años y medio, de
    apariencia despierta y decidida. Su aspecto, en aquel momento, dejaba mucho
    que desear porque llegaba sudorosa, su cabello despeinado y su ropa
    bastante sucia y arrugada. La madre al oír la voz excitada de la niña, respiró
    tranquila. Su padre que estaba leyendo un diario sentado en su sillón
    favorito, relajó el rictus de preocupación que se dibujaba en su cara.
    Estaban asustados porque eran las nueve menos
    cinco minutos de la noche, cuando su hija hacía la entrada en el comedor a
    todo correr. La madre había hecho más de una llamada a algunas amigas de
    Ana, por si sabían algo. Normalmente solía venir a casa a las cinco, cuando
    salía del colegio. Después se marchaba a jugar a un parque cercano. Cierto
    que alguna vez se había ido directamente a casa de alguna amiguita; pero aún así sabía que a las ocho, como mucho tardar, tenía
    que estar de vuelta.   -Pero hija, tu
    padre y yo estábamos muy preocupados por tu tardanza, -la interrumpió la
    madre sin poder ocultar el enfado que le había producido aquella situación.
    A continuación preguntó con acento severo-. ¿Se puede saber de dónde vienes
    tan tarde?   Sin darle tiempo
    a responder, el padre, añadió serio, muy en su papel de padre: -Sabes muy
    bien que tu hora máxima de llegada tiene que ser a las ocho.    -Además ¿has
    visto como vienes, Ana? -Volvió a hablar la madre al verla en aquel
    estado-. Parece que hayas estado de aventura por la selva...   -Eso, eso es lo
    que me ha pasado -se apresuró a decir con un aplomo y decisión que para sí
    querrían muchos mayores-. He estado de aventura...   -¿De aventura?
    -Interrogó el padre con no muy convencido acento-.   -Sí, sí; he
    estado de aventura -insistió, mientras corría a sentarse en el sofá grande
    del comedor y se ponía a jugar con su muñeca favorita. Como si hablara con
    ella, continuó diciendo: -Esta tarde al salir del cole, me fui al parque
    sola, porque ni Mary ni Montse, quisieron venir conmigo. Me puse a jugar en
    un columpio aprovechando que no había nadie. Casi siempre me quedo con las
    ganas de columpiarme un buen rato, porque o están ocupados o viene una mamá
    y nos echa para que se ponga su hijo pequeño.   Después de un
    buen rato, me di cuenta que sólo estaba yo. Como nadie me vigilaba hice que
    el columpio subiera muy alto. Lo pasaba bomba. Subía y bajaba. Subía y
    bajaba. De repente vi que algo muy grande venía del cielo. Dejé de
    columpiar y me quedé fija mirando hacia arriba. Era un enorme globo que
    aterrizó justo donde yo estaba.                   -¿Un globo? -Se oyeron a dúo
    las voces de sus padres, extrañados de aquella rara historia, por otro lado
    propia de Ana, de la que no esperaban menos-.                   -Sí, un globo muy grande, -
    afirmó sin dudarlo y para dar más realismo a su historia y la creyeran
    detalló-. Era un globo de color rojo. Tenía una cesta muy grande donde iba
    un hombre vestido de blanco brillante. Este hombre llevaba como un enorme
    mechero que de cuando en cuando lo encendía y luego lo volvía a apagar.
    Además llevaba dos letras escritas en un costado, la H y la Z...                   -Sí, de acuerdo, pero ¿qué
    pasó con el globo? -Preguntó impaciente el padre, por ver en que acababa
    aquella fantasía de Ana-.   -Me dijo que si
    quería subir. Yo le dije que sí y en seguida me echó una escalera hecha de
    cuerdas, como las de los piratas y subí adentro de la cesta. Era muy chuli y no tenía nada de miedo. El me lo preguntó pero
    yo le dije que no tenía miedo. Encendió el mechero de fuego que llevaba el
    globo y comenzó a subir y subir hasta las nubes...   -Ring. Ring.
    Ring. -El teléfono sonó interrumpiendo la historia de Ana. La madre lo
    cogió y al otro lado del aparato estaba la madre de Montse, una compañera
    nueva del colegio, que le explicó otra historia que no tenía nada que ver
    con la que decía su hija para justificar su tardanza. Conforme la madre de
    Montse le iba poniendo en antecedentes, se podía observar los cambios de
    cara que se iban produciendo en ella-.                   Cuando la madre de Ana
    terminó de hablar, su hija quiso continuar su historia pero intervino el
    padre que estaba en antecedentes, por el semblante de su mujer, que su hija
    había vuelto a hacer alguna de las suyas.                   -A ver... ¿esta vez de que
    se trata? -Preguntó con resignación el pobre padre temiéndose lo peor-.                   Ana, al ver el cariz que
    tomaba el asunto, optó por callar preparándose para lo que se le avecinaba.                   -Con que has volado en un
    globo... ¿eh? -continuó la madre intentando que su hija reconsiderara su
    historia y rectificara-.                   -Claro que sí. Era un globo
    muy grande, muy grande. En la cesta había un hombre vestido de... -intentó
    repetir la historia; pero su madre la interrumpió enfadada al comprobar que
    seguía en sus trece.                   -¡No mientas, Ana! Acabo de
    hablar con la madre de tu nueva amiga Montse y me ha dicho que estuviste
    con ella...                   -Bueno sí -reconoció
    tímidamente la niña-. Ella también estaba conmigo en el parque; pero como
    no quiso subir al globo porque es una miedica, no la nombré.                   La madre que estaba al
    corriente de la verdadera historia y precisamente no coincidía en lo más mínimo
    con la de su hija, se exasperó y dejándola por imposible, la riñó:                   -Ana, no está bien mentir.
    La madre de Montse me ha contado lo que habéis hecho porque tu amiga es más
    buena que tú y no le gusta mentir.                   -Chivata... -murmuró a media
    voz la niña.   -¡Ana, vete a tu
    habitación y te quedarás castigada sin ver la tele tres días! -Saltó muy
    enfadada la madre-.                   La niña, sin la más mínima
    protesta, se dirigió a su habitación. En el fondo, no le importaba mucho
    que la castigaran de esa manera. Ella tenía su propia televisión: una
    maravillosa fantasía que le hacía imaginar y vivir sus propias aventuras.                    -Pero bueno, explica de una
    vez qué es eso tan gordo que ha hecho, -preguntó el padre impaciente-.                   -Tu hija y su amiga
    compraron varios globos de esos que tienen gas dentro y vuelan. Luego, en
    el jardín de Montse, los ataron a un capazo y cogiendo una sábana cubrieron
    los globos como si fuera uno de verdad. Ana, tu ingeniosa hija -recalcó-,
    se metió dentro del capazo que imitaba la cesta del globo verdadero y a su
    pobre amiga, le tocó arrastrar todo aquello por el jardín como si volaran.
    El resultado fue que cuando la madre de Montse se dio cuenta, ya era
    tardísimo y el fruto de su juego fue que parte de las plantas que tenía,
    quedaron pisoteadas y en un estado penoso.                   -¿Y ahora que...? Tendremos
    que ofrecerle alguna reparación. ¿Por qué no se lo has dicho antes, cuando
    hablabas con ella? -Dijo el padre comprensivo-.                      La madre no se hizo repetir la
    sugerencia de su marido. Se sentía incómoda consigo misma, pensando que
    quizás había sido demasiado dura con su hija. Se dirigió al final del
    pasillo, abrió la puerta para decir a su hija que ya podía venir, cuando...
    ¡Oh sorpresa! ¡Su hija no estaba!                   -¡José! ¡José! -Llamó
    alarmada a su marido-.        Cuando el padre llegó a la habitación
    de Ana, vio, igual que su mujer, que estaba vacía. El único detalle que
    mostraba que había estado allí hasta hacía bien poco, era una vaso con agua
    y jabón disuelto para hacer pompas y por el suelo, aún quedaba el rastro de
    alguna que se resistía a desaparecer, junto con las gotitas de agua de
    otras tantas que también habían sido antes hermosas pompas de jabón. Esto
    era algo que le encantaba hacer a su hija. Pero... ¿qué había sucedido?
    ¿Por qué no estaba allí como le habían ordenado? -Se interrogaban con
    angustia sus padres-.   ■■■■                   Cuando Ana entró en su
    habitación para cumplir el castigo impuesto por sus padres, se olvidó
    pronto de todo aquello. Para matar el tiempo, recurrió a su actividad preferida:
    hacer pompas de jabón. Se fue al lavabo, tomó un poco de jabón líquido y
    depositándolo en un vaso de plástico, lo agitó con una especie de tubo fino
    que hacía las veces de pajita para soplar, pero que en sus mejores tiempos
    había sido parte importante de un bonito bolígrafo.                    Encerrada en su habitación,
    Ana se sentó sobre la cama y comenzó su juego. Mojaba la punta del fino
    tubo en el líquido jabonoso que había preparado y luego soplaba con mucho
    cuidado, mientras vigilaba atentamente cómo crecía y crecía la pompa de
    jabón. Después la soltaba con un ligero movimiento de mano y la pompa
    emprendía tranquilo vuelo por el pequeño espacio de su habitación. Ana
    miraba divertida cómo se iba alejando la pompa de jabón, imaginando qué se
    yo cuántas fantásticas aventuras, hasta que estallaba y se convertía en una
    minúscula gotita. Volvía otra vez a repetir la operación y así era capaz de
    pasarse horas; pero he aquí que esta vez sucedió algo maravilloso.             Sería la novena pompa de jabón
    que estaba haciendo. Soplaba y soplaba decidida a no soltarla hasta que se
    rompiera delante de su nariz. Quería comprobar lo grande que podía llegar a
    ser. Su sorpresa era mayúscula porque había sobrepasado, en mucho, el
    tamaño que ella consideraba grande y seguía creciendo sin romperse. Estaba
    maravillada y sorprendida al mismo tiempo, al ver el resultado de su
    experimento. Nunca había conseguido hacer una pompa tan grande y eso que lo
    había intentado cientos de veces. Animada por el
    éxito, soplaba y soplaba mientras sus ojos vigilaban con mucha atención su
    crecimiento, esperando que de un momento a otro estallara porque era grande
    como un balón de fútbol. Al cabo de un rato de hinchar e hinchar, su pompa
    de jabón era tan gorda que dentro de ella cabían muy bien cuatro balones de
    fútbol. Estaba exhausta y al detenerse para tomarse un pequeño descanso, la
    gran pompa se soltó y cayó al suelo rebotando lentamente mientras, ¡oh
    sorpresa! no dejaba de crecer y crecer a cada rebote hasta que ocupó casi
    toda la habitación de la niña. Esta se había arrinconado encima de la cama
    y la miraba con ojos desorbitados de admiración.            -¡Qué alucinada; cuando lo cuente,
    nadie lo creerá! -Exclamó Ana entusiasmada-.             Sus pensamientos fueron
    interrumpidos bruscamente porque la gigantesca pompa de jabón, se
    transformó en una gran bola brillante de la que salían unos destellos
    multicolores que transformaron la habitación de Ana en un lugar
    indescriptible. La niña cautivada por todo aquello, sintió como una
    atracción especial casi mágica, que la hizo levantarse y acercarse hasta la
    gran bola brillante. Extendió su mano para tocarla pero no notó nada; su
    mano penetró en su interior sin encontrar la menor resistencia. Sin
    detenerse, continuó avanzando atraída por una fuerza irresistible hasta que
    todo su cuerpo se metió dentro. Si la visión externa de la bola era
    maravillosa, su interior no lo era menos. El brillo ahí dentro era suave y
    difuso. Todo estaba como pintado de un color azul claro con una serie de
    matices que nunca había visto, formando como una atmósfera del mismo suave
    y tranquilizador color que parecía que se respiraba. Ana, en aquellos
    momentos, sentía como si flotara en medio de un lugar extraño y maravilloso
    que nunca había imaginado. Era como un mundo inmenso y en él, ocupando un
    parte de aquel gran espacio, había como una bien equipada cabina de mando,
    parecida a las que tantas veces había visto en las películas de
    extraterrestres. Sentado frente a una pantalla luminosa, había un ser que
    aparentaba más o menos la misma edad de Ana, aunque era su cabello era de
    un “rubio-rojo” muy intenso y toda su piel sonrosada como la de un recién
    nacido. Al detectar la presencia de la niña, giró sobre su asiento quedando
    frente a la niña, a la que le dedicó una maravillosa sonrisa, mientras le
    decía:                   -Hola Ana...-pronunció con
    voz melodiosa y acogedora-.   -¿Cómo sabes mi
    nombre? -Preguntó Ana sin ningún temor-.                   -Yo sé muchas cosas de ti y
    de todos los niños de la Tierra, -le contestó aquel extraño ser con aspecto
    de niño-.                   -Pero si pareces un niño
    como yo -añadió animada por su aspecto encantador-. Bueno, como yo... no;
    pero parecido, sí -rectificó, al comprobar que por su aspecto era un niño y
    no una niña como ella.                    -¡Claro! -Afirmó él,
    explicando a continuación-. Yo me llamo Kósmic.
    Soy habitante de un lejano mundo llamado Kalimac,
    que en vuestro idioma significa "Fantasía". En nuestro mundo
    todos son parecidos a mí. Allí nadie se hace mayor. Nunca dejamos de jugar
    porque tenemos mucha fantasía y siempre estamos imaginando cosas y más
    cosas. Montañas de cosas.                    -Yo también tengo mucha
    fantasía -añadió la niña abriendo mucho los ojos-.                   -Por eso he venido; para
    premiar tu rica imaginación. Porque eres de los pocos niños que aún no han
    perdido ese don. La mayoría de los niños de vuestro mundo se han quedado
    sin fantasía. Se pasan todo el tiempo libre, pegados a la televisión. No
    tienen tiempo de inventarse juegos y aventuras. Esa “cajita tonta”, como la
    llaman algunos terrícolas con sentido, les dice lo que tienen que
    imaginarse, lo que tienen que pensar, lo que tienen que jugar, cuándo
    tienen que reír y cuándo aplaudir. En cambio tú, Ana, vives tus propias
    aventuras y juegos, aunque a veces, los mayores no sepan valorar esa
    riqueza tuya  y te castiguen por lo
    que haces.                    -¿Has venido a jugar
    conmigo? -Preguntó con un hilo de voz Ana, impresionada por todo aquello-.   -Así es. Vamos a
    jugar a una aventura maravillosa. Te 
    llevaré a ver mi mundo. Viajarás a bordo de esta nave por el
    espacio. Pasaremos cerca de los planetas y jugaremos a contar las estrellas
    lejanas.                   -¡Qué diver!
    ¡Y, además,  con esta nave tan chuli! ¡Cuánto me gustaría que me vieran en el cole y,
    también, mis padres, para que se convencieran que todo lo que les cuento,
    es verdad!        -¿Estás preparada para la gran
    fantasía?                   La niña movió la cabeza
    afirmativamente mientras se acercaba al puesto de mando, donde Kósmic le indicaba con un gesto que se sentara a su
    lado. Ocupó el otro asiento vacío frente a la gran pantalla que permitía
    ver todo el exterior con una perfección impresionante.                   La nave salió veloz,
    atravesando todo el edificio sin dejar rastro, salvo una estela
    brillantísima tras de ellos que tardó unos minutos en desaparecer por
    completo. Ana pudo ver con claridad cómo algunos vecinos habían reparado en
    el fenómeno y miraban hacia el cielo señalando con sus brazos en su misma
    dirección.                   -¡Oh, mira, qué pequeño se
    ve mi pueblo!                   -Nos estamos alejando a gran
    velocidad. Mira aquí, Ana, y dime lo que ves. -Su amigo, el extraterrestre,
    le señalaba una especie de semiesfera con unas franjas de diferentes
    colores que oscilaba del rojo al violeta, aumentado en intensidad conforme
    la nave aceleraba su marcha.                    -Veo el arco iris. Ahora
    está muy brillante el color naranja.                   -Un arco iris que marca la
    velocidad de mi nave, -explicó Kósmic-. Algo
    parecido al cuentakilómetros del coche de tu padre. Y, precisamente, este
    color indica que estamos volando a dos mil kilómetros por hora...                   -Y ahora se ha iluminado el
    amarillo -le interrumpió la niña, al observar el cambio de color en aquel
    extraño y llamativo artilugio que le había enseñado Kósmic.                   -Significa que la nave ha
    pasado de dos a tres mil kilómetros por hora. Seguiremos aumentando de
    velocidad según una escala universal de velocidades y colores. El siguiente
    color corresponderá a cinco mil kilómetros por hora, el otro a ocho mil,
    trece mil, veintiuno mil, treinta y cuatro mil, así hasta alcanzar una
    marcha tan rápida que ni se lo pueden imaginar los terrícolas.                   -¿Pero si no hay tantos
    colores? Sólo son rojo, anaranjado, amarillo, verde, azul, marrón y
    violeta. -Saltó Ana, que recordaba muy bien los nombres de los siete
    colores que no hacía mucho había aprendido en la escuela-.                    -En nuestro planeta -explicó
    su amigo- tenemos muchos más colores que vosotros. Ya verás lo bonito que
    es el mundo en el que vivo. El vuestro es muy apagado y triste para
    nosotros.                    Mientras hablaba Kósmic, Ana miraba por la gran pantalla que le iba
    mostrando cómo se empequeñecían las cosas mientras se alejaban a tan alta
    velocidad.                   -Veo allá abajo como el mapa
    de España, parecido al que está colgado en una clase de mi cole.                   -Es el país en el que está
    tu casa y tu pueblo -explicó su amigo-. Al aumentar cada vez más la
    velocidad y alejarnos tan velozmente, todo se va empequeñeciendo muy
    deprisa.                    -¿Y por qué pasa eso? ¿Por
    qué las cosas no las vemos igual que cuando las  tenemos cerca? -Disparó seguido,
    queriendo saber y conocer cosas tan interesantes que no entendía-.                   -Eso pasa porque el ojo, al
    mirar los objetos muy alejados, deben entrar dentro de él muchas más cosas
    y éste, dispone de unas lentes que las empequeñecen, de lo contrario no
    podríamos ver paisajes. Sería terrible. Sólo veríamos las cosas cercanas.
    Como dicen los mayores, sólo percibiríamos primeros planos.                   -¡Anda, Kósmic,
    estoy viendo La Tierra! Lo sé porque un día vi una película y era igual,
    -exclamó maravillada Ana al contemplar el globo brillante y azulado del
    planeta Tierra en la pantalla de la nave.    La nave se iba alejando a una velocidad
    impresionante. Tanta, que en pocos minutos la Tierra se había reducido al
    tamaño de una pelota pequeña.                   Al cabo de un cuarto de
    hora, poco más o menos, habían llegado a una posición privilegiada, que más
    de un científico terrestre hubiera dado parte de su vida por encontrarse
    donde estaba en estos momentos Ana. Se veía perfectísimamente todo el
    Sistema Solar.                   -Aquella bola brillante y
    grande como esta nave -explicó Kósmic- es el Sol.
    Alrededor de ella hay otras muy pequeñas, que son los planetas. ¿Ves
    aquella que tiene otra bolita diminuta que la sigue como si fuera un
    perrito tras de su amo?                   -Sí la veo. Se va moviendo
    lentamente como las demás.                   -Es la Tierra y la bolita
    diminuta...   -La Luna
    -completó la niña con decisión ante la pausa intencionada del
    extraterrestre.                   -¡Exacto! Ya veo que eres
    una alumna aplicada.                    -¡Oh, qué bonito es todo
    eso! -Exclamó entusiasmada, al ver aquella maravilla, era algo así como
    estar en un planetario con la diferencia de que ahora era real-. Me cuesta
    creer que ahí, ahora mismo, estén mis padres y amigos. Es tan pequeño...                   -¿Te gusta, Ana?                    -¡Sí, mucho, mucho, mucho!
    -Respondió súper ilusionada-.                   -Fíjate bien en todo y no pierdas
    detalle. Cuando vuelvas a tu planeta, lo podrás contar a todos.                   -Seguro que no se lo
    creerán. Me dirán que soy una mentirosa...                   -Esta vez será distinto.
    Haremos algo para que no puedan llamarte nunca más eso tan feo que te
    dicen...                   -¡Anda, ya no veo los
    planetas! Nada más veo una estrella grande y muy brillante -interrumpió las
    últimas palabras de Kósmic, al comprobar que todo
    el sistema planetario había desaparecido convertido en una brillante
    estrella nada más.                   -¡Claro! Porque nuestra nave
    sigue alejándose a mucha velocidad. Todo el sistema solar se ha
    empequeñecido tanto que el Sol y los diez planetas se han convertido en una
    estrella más de las que, en estos momentos están brillando en el cielo, -le
    explicó Kósmic que estaba atento a todas las
    exclamaciones de asombro que constantemente decía Ana-.                    -Nadie diría que en aquel
    punto brillante, hay un planeta llamado Tierra y en él está mi casa,
    -añadió un poco nostálgica, mientras pensaba en voz alta-. Si han ido a mi
    habitación y no me han encontrado, se habrán preocupado mucho. Se creerán
    que me he ido porque me habían castigado. Si supieran dónde estoy ahora...                   -No te preocupes Ana. Se
    merecen un pequeño susto. En su momento, les enviaremos un mensaje, para
    que sepan la aventura maravillosa que estás viviendo. De esta manera, no
    tendrán más remedio que creer, todo lo que les cuentes.                   -¡Vale! -Contestó animada-.
    ¿Y cómo sabes el camino para ir a tu planeta? Yo todo lo veo igual
    -preguntó la niña con su desparpajo habitual, al ver que aparentemente
    estaban como náufragos en un inmenso océano, en donde los únicos puntos de
    referencia eran los innumerables puntos brillantes de las estrellas-.                    -¿Tienes miedo de que nos
    podamos perder?                   -Un poco, sí. Porque es todo
    tan inmenso... que me siento como una hormiguita muy pequeña, muy pequeña.                   -Nosotros tenemos un mapa
    muy perfecto de todo el universo. Y aunque para ti todo te parece igual,
    sin embargo las estrellas nos sirven de guía, porque son diferentes y están
    situadas en distintos sitios. Y como no se mueven, las utilizamos como los
    indicadores de las calles que tenéis en vuestras ciudades.                    Mientras hablaba iluminó una pantalla que
    tenía delante de él. Apareció en aquel momento la imagen del cielo
    estrellado que estaba viendo Ana directamente mirando por una especie de
    ventanas que tenía la nave. La imagen del 
    cielo estrellado de la pantalla, comenzó a crecer hasta que dejó ver
    claramente un sistema solar, formado por un sol y un sólo planeta.       -Observa la pantalla. -Continuó
    hablando Kósmic -. Esta especie de  mapa me acaba de indicar el camino
    correcto para llegar a mi querida tierra que se llama, que se llama... ¿A
    que no te acuerdas qué nombre tiene?                   -Sí que me acuerdo, -saltó
    en seguida Ana-. Se llama Kalimac.                   -Buena memoria; no esperaba
    menos de ti -la animó, explicando seguido-. Dentro de muy poco comenzaremos
    a ver un diminuto globo muy brillante y girando a su alrededor un sólo
    planeta.                   -¿Por donde
    está?                   -¿Ves aquellas tres
    estrellas que forman un triángulo?  -Mientras hablaba
    Kósmic, le indicaba con la mano en la dirección
    que tenía que mirar a través de la gran pantalla.                   -¡Ah sí! ¿Son aquellas tres
    que tienen en el centro otra estrella más brillante y que están cerca de
    aquella mancha brillante en forma de caracol?                   -¡Exacto! La del centro es
    nuestro sol y lo que tú llamas mancha brillante es una galaxia en espiral.                   -Ahora no me acuerdo qué es
    una galaxia -dijo Ana haciendo un gesto muy significativo, sin dejar, por
    eso, de mirar en la dirección que le había indicado Kósmic-.                     -Una galaxia es un sistema
    estelar formado por millones de estrellas o soles girando toda ella sobre
    si mima. Por esto es que tiene forma 
    de caracol…                    -¡Ah,
    sí! Se parece al remolino -saltó rápida- que hace el agua en mi bañera,
    cuando mi mamá saca el tapón para vaciarla.   -¡Excelente, Ana!
    Eres una niña muy inteligente y observadora, -añadió satisfecho, Kósmic y continuó -no olvides que cuando hablamos de
    estrellas, son soles que están tan alejados de nosotros que los vemos como
    puntos brillantes. Como has visto en nuestro viaje, tu Sol y sus planetas
    se fueron encogiendo conforme nos alejábamos hasta que se convirtieron en
    una estrella como las que ves que forman esas galaxias.   -Mira, ¿ves aquella
    otra galaxia en forma de espiral, pero que tiene las espiras o brazos más
    abiertos?   -¡Sí, sí! Es
    aquella que está a la derecha de esas estrellas que tienen forma de una
    cometa, -indicó con su manita en la dirección que decía-.   -¡Exacto! Pues tu casa y el cole -ironizó mientras sonreía-están
    situados en el cuarto brazo de esa espiral, comenzando por la izquierda y
    tomando como referencia el brazo más largo.                   -¿Y por qué se ve esa
    galaxia, que es mi casa, como si fuera una sola cosa de color blanco igual
    que la otra?                   -Por la distancia; está tan
    lejos, tan lejos, que da la impresión que sea como un sólo cuerpo celeste.                    -¡Mira! Tu estrella ha
    crecido -saltó, al mirar en la dirección que Kósmic
    le había indicado antes-. Ahora se ve como una pelota pequeña. Y veo como
    otra pequeñita al lado.                   -¡Kalimac!
    -Pronunció Kósmic con un cierto acento-.                   -¿Es tu planeta?                   -Sí, es mi tierra.                    -¿Allí viven tus padres y
    tus amigos?                   -Me
    están esperando. Saben que nos estamos acercando. Mientras hablaba
    -explicó- he enviado un mensaje. Me han dicho que todos tienen muchas ganas
    de conocer a mi amiga Ana.                   La nave avanzaba recta en
    esa dirección. La velocidad tan grande que era capaz de alcanzar, le permitía
    llegar a cualquier punto del espacio en poco tiempo. Esto hacía que el
    sistema solar de Kósmic, se viera crecer y crecer
    muy rápidamente, conforme se iban acercando.                   -¡Oh que bonito y grande es
    tu planeta! -exclamó la niña ante el maravilloso espectáculo que ofrecía en
    aquellos momentos el planeta Kalimac. La nave de Kósmic se había ido aproximando por la parte contraria
    a su sol, porque de lo contrario su nave hubiera sido destruida por su
    calor inmenso.                    -¿Ves?, también está muy
    distante del sol, aunque antes parecía que estuvieran juntos.                    -Es por la distancia,
    -afirmó categórica, demostrando que aprendía rápida todo lo que le
    explicaba su amigo.                   -¡Exacto!, Ana.                   -Se parece a mi planeta Tierra, aunque éste nada más tiene uno y en
    el mío, son nueve... bueno, diez contando con el que hemos bautizado con mi
    nombre. ¿Por qué solamente tiene un planeta?                   -Buena pregunta. La
    respuesta es que nuestro sistema solar es muy joven. Los sistemas solares
    cuentan su edad por los planetas que tienen, parecido a los círculos
    concéntricos que aparecen cuando cortamos un tronco de un árbol y que
    indican, como seguro que te lo han explicado en la escuela, los años que
    tiene el árbol.                   -Entonces, la Tierra
    pertenece a un sol que es muy viejo porque tiene muchos planetas...                   -Así es, por eso la gente de
    la Tierra, es tan mayor y ha perdido la fantasía y la ilusión y no entiende
    a los niños.                   Mientras hablaban, la nave
    se iba aproximando a Kalimac. La velocidad se
    había reducido a la mínima, para poder entrar en la atmósfera del planeta
    sin riego de estrellarse contra el suelo.                   -¡Anda! también tenéis
    mares, ríos y montañas. ¡Oh! pero tienen unos colores maravillosos. En
    cambio, el planeta donde yo vivo, parecía todo pintado de azul. -Ana no
    paraba de hablar mientras sus ojos no perdían detalle de todo lo que iba
    apareciendo ante la escotilla-ventana de la nave que, antes de aterrizar, Kósmic había decidido dar una vuelta en torno al
    planeta para que Ana viera cómo era su mundo.                   -¿Te gusta? -Preguntó su
    amigo complacido al ver las reacciones espontáneas de Ana-.                   -¡Sí, mucho! Es como yo me
    imaginaba que serían los otros mundos, cuando estaba en la Tierra. Pero no
    veo ningún pueblo...                   -Sólo hay una gran ciudad.
    El resto de nuestro planeta es campo, en donde crecen y viven
    tranquilamente las plantas y animales. Con nuestras naves podemos ir al
    lugar más alejado en poco tiempo.                   -¡Ya la veo! -Exclamó al
    verla aparecer en el horizonte cercano-.                    -¿Ves aquella gran cúpula,
    tan brillante y de mil colores?                   -Sí, la que tiene una gran
    plaza delante.                   -Es el palacio principal.                    -Veo otras casas parecidas,
    aunque más pequeñas. También hay muchas plazas con árboles y plantas.      -Son los palacios del resto de la población.
    Aquí todo el mundo vive en palacios. Todos somos verdaderamente iguales.                    -¿Y el palacio principal de
    quién es?                   -Del príncipe y la princesa.
    Nosotros jugamos a príncipes. Al que le toca serlo, habita por un tiempo el
    palacio principal. Mis padres son ahora los príncipes y ese palacio que te
    ha llamado la atención es mi casa.                    -¡Qué divertido! ¡Ojalá en
    la Tierra fuera lo mismo! -exclamó la niña con cierta nostalgia.                   La nave se había detenido en
    el aire, encima de una como plaza circular muy grande, en donde se veían
    aparcadas en los bordes de la pista muchas naves como la de Kósmic. En el centro de la gran pista circular, había
    como un edificio que sobresalía de la pista unos metros, terminado en una
    gran cúpula que comenzó a abrirse como si fuera la boca de un gran pez. Era
    el edificio de recepción de viajeros. Kósmic
    dirigió muy lentamente su nave hacía el interior de aquel edificio,
    descendiendo hasta posarse en medio de una gran sala. Por la parte inferior
    de la nave se abrió una puerta-escalera por la que descendieron los dos
    únicos viajeros. En la sala había mucha gente que, en silencio y llenos de
    curiosidad, miraban a Ana que bajaba, en aquellos momentos, por la
    escalerilla de la nave.                    Kósmic
    cogía a Ana de la mano y la acompañó hasta llegar frente a un niño y una
    niña, que destacaban por sus vistosos vestidos y las coronas que lucían
    sobre sus cabezas.                   -Bien venida a Fantasía, -le
    saludó la niña vestida de princesa, besando primero su oreja izquierda y
    luego la derecha.                   -Bien venido a Fantasía en
    nombre de todos, -se acercó el niño vestido de príncipe, besándola también
    del mismo modo.                   -¿Y tus padres no vienen a
    recibirnos? -preguntó Ana a su amigo que por más que miraba en todas direcciones
    no veía ninguna persona mayor.                   -¿No recuerdas que te
    expliqué, cuando fui a buscarte a tu casa, que aquí no envejecemos?                   -Sí, pero yo entendí que os
    hacíais mayores sin llegar a viejos.                   -Pues, no. ¿Ves? Los que te
    acaban de saludar son mis padres que, como te dije antes, les toca ser
    príncipes.                   -¡Anda, qué diver tener unos padres así!                   -¡Claro! Porque al ser todos
    niños, nos entendemos perfectamente y nuestra vida es toda y siempre un
    juego.                   -¿Y cómo es que tus padres
    hablan mi idioma? ¿Es que, también, tenéis escuelas, en las que hay que
    estudiar cosas pesadas y aburridas como en la Tierra?                   -Silokat
    makatic nor ramakan tika, tikaa, tikaaa...-habló Kósmic dirigiéndose a todos.                   Tikaa,
    tikaa, tikaaaa, -se oyó
    esta palabra repetida en los labios de todos, mientras reían alegremente.                   Al oír aquella forma de
    hablar, Ana miró entre extrañada y divertida.                   -¡No entiendo ni una
    palabra!                   -Este es nuestro idioma. Les
    he dicho a mis amigos que se impacientan porque quieren acercarse, que
    estás preguntando muchas cosas que, cuando termines de hacer tus preguntas,
    entonces podrán tocarte y conocerte mejor.                   -Ellos han respondido, tikaa, tikaa, -dijo Ana que
    había oído muy bien esta última palabra repetida.                   -Es el equivalente al ja, ja, ja,
    vuestro. Les ha hecho mucha gracia, la forma de hablar y preguntar que
    tienes.                   -¿Es que no me entienden?                   -Ana, me haces tantas
    preguntas a la vez que ya no sé cual tengo que
    responder. A ver, antes me has preguntado ¡ah, sí!, sobre las escuelas.
    Pues, bien, aquí no tenemos escuelas porque se aprende todo de todo. Es
    como tener un huerto lleno de frutas maravillosas en el que coges la que te
    gusta. Basta con mirar lo que nos interesa y lo aprendemos. Las cosas
    mismas nos lo cuentan todo y nos enseñan como son.                   -¡Qué bien! ¿Yo también
    podré aprender así?                   -¡Pues claro! Pero déjame
    que responda a tu anterior pregunta. Era que por qué mis padres hablan tu
    idioma. Muy sencillo. Cuando estuve en tu mundo, recogí toda la información
    de vuestra forma de hablar. Mediante una máquina de mi nave, que es como
    un  ordenador terrestre, pero mucho
    más avanzado, procesé todos esos datos y los envié aquí. Les ha resultado
    muy fácil aprender a hablarlo.                    -Si es tan fácil, por qué
    los demás...                   -Ana, si sigues preguntando
    tanto, te vas a pasar toda tu estancia en nuestro planeta sin salir de esta
    sala.                   -¡Oh, no, no, quiero salir y
    verlo todo! -Contestó Ana acompañando sus palabras con un gesto muy
    expresivo de sus brazos, que hizo reír a todos de nuevo.                   El padre de Kósmic alzó su mano derecha y se acercaron treinta o
    cuarenta entre niños y niñas, todos de un “rubio-rojo” subido y de aspectos
    preciosos, con una piel muy sonrosada y fina, como de seda. Por su aspecto,
    no se sabía quienes eran
    "niños-mayores" o "niños-niños". Alargaban sus manos y
    tocaban a Ana con mucho cuidado y delicadeza, mientras hablaban y hablaban
    en su lengua.                   Después de tan buen
    recibimiento, salieron a la gran plaza. Era un lugar ideado
    fundamental-mente para jugar sin el menor riesgo. Se combinaba la
    arquitectura de formas con los árboles y plantas. Por todas partes había
    todo tipo de artilugios para divertirse. La gran plaza era como un activo
    panal, en la que se apreciaba una actividad febril. Por todas partes se
    veían a los niños, habitantes de aquel maravilloso planeta, jugar y jugar
    sin parar. Cuando se dieron cuenta de lo que estaba pasando, dejaron sus
    juegos y los habitantes-niños se fueron acercando hasta donde estaba Ana
    con la comitiva principal.                   A Ana, lo que le maravilló
    de su primera visión de la ciudad y le hizo quedarse boquiabierta fue,
    además de los edificios y la multitud de niños que habían venido a
    recibirla, el ambiente. El cielo, por ejemplo, era multicolor, como cuando
    en la Tierra aparece en un día de lluvia un arco iris; pero como si todo
    ese cielo estuviera lleno de estos arcos iris. Los colores eran de una
    riqueza y una variedad inimaginable para los terrícolas. Además los colores
    se respiraban o algo parecido. Uno sentía sobre sí como si le acariciaran
    de diferente manera según el color que se recibía más directamente. Al
    mismo tiempo se percibía como un aroma imperceptible, según los colores que
    les rozaran. Además tenían una especial densidad de tal modo que parecía
    que uno flotara. Uno podía saltar o tirarse desde una altura y no le
    sucedía nada malo, porque caía suavemente hasta llegar al suelo.                   -¡Oh, oh, oh, que bonito es todo! -Exclamaba Ana mientras movía su cabeza
    en todas direcciones- No pudiendo
    soportar tanta emoción por toda la infinidad de sensaciones nuevas que
    estaba viviendo en aquel planeta privilegiado, rompió a llorar de felicidad
    y alegría.                                              El tiempo para que Ana
    conociera el planeta de la Fantasía, había llegado a su fin. Durante su
    corta estancia en tan maravilloso lugar, había tenido ocasión de conocer a
    fondo todo lo que había en aquel planeta privilegiado y su gente. El
    momento de la vuelta a casa se acercaba. Kósmic,
    estaba un poco triste y no lo podía disimular. Se había acostumbrado a su
    compañía y sus especiales cualidades que la hacían adorable. En el corto
    tiempo de estancia, había hecho infinidad de amigos y amigas. Había jugado
    a todos los juegos inimaginables en la Tierra, que la poderosa imaginación
    de los habitantes de ese hermoso planeta siempre estaba creando.                    Kósmic
    había puesto a punto su nave y cogiendo de la mano a Ana, como cuando
    llegaron, se fue despidiendo de todos que habían venido a ver su salida
    para decirle adiós. El rostro de Ana no paraba de hacer pucheritos,
    acompañados de unas extrañas muecas para evitar que se le escaparan algunas
    lágrimas, esfuerzo inútil, porque sin poderlo evitar al fin, salían rodando
    por sus mejillas hasta que caían al suelo.                   La nave se cerró y la enorme
    pompa plateada se elevó lentamente, mientras Ana saludaba por la
    escotilla-ventana de la nave y sus ojos no paraban de llorar. Poco a poco
    se fueron alejando y cuando ya no se distinguía con detalle a los
    habitantes-niños del planeta, la nave aceleró su velocidad hasta alcanzar
    la fantástica marcha que les llevaría en poco tiempo de vuelta a su casa.
    Cuando faltaba poco y ya divisaban el disco azulado del planeta Tierra, Kósmic dijo a Ana:                   -Ana, llega el momento de
    darles aviso a tus padres y a tus amigos de tu maravilloso viaje. Todos van
    a conocerlo y nunca más, pondrán en duda, tus fantasías.                   -¿Qué vas a hacer? -preguntó
    la niña que no se imaginaba lo que le esperaba.                   -Tu gran aventura va a ser
    conocida en toda la tierra, para envidia de tus mayores.                   De repente la nave lanzó una
    grande y potente rayo, como el que le puso nombre al planeta nuevo y toda
    la Tierra se iluminó y en su cielo escribió con letras muy grandes y de
    colores:    ¡ANA HA VIAJADO AL PLANETA DE LA FANTASIA!                   A continuación, Kósmic manipuló los satélites de comunicación
    terrestres para que apareciera en todos los canales de televisión del
    mundo, traducida a sus idiomas respectivos, una información que explicaba
    quién era Ana y la aventura que había realizado, junto con imágenes de ella
    y de su viaje.                    La nave se fue acercando
    rápida como la luz, hasta el país y la ciudad de Ana donde vivía con sus
    padres. Todo el mundo en aquel lugar estaba revolucionado y la gente se
    dirigía a la casa de Ana. Cuando la nave apareció en lo alto del cielo, una
    gran multitud rodeaba la casa. Por todas partes se veían cámaras de
    televisión y periodistas. Era la gran noticia mundial. La nave quedó
    flotando a pocos metros del suelo y la puerta-escalerilla de ésta se abrió lentamente.
    Cuando rozó el suelo, apareció en lo alto de ella, la imagen iluminada de
    Ana que vestida con las ropas de princesa que le había regalado Kósmic, fue descendiendo lentamente, mientras su cabeza
    erguida mantenía una hermosa corona que la adornaba, realzando su belleza.                   La presencia de Ana rompió
    el impresionante silencio de la multitud que, expectantes, miraban la
    extraña nave. Todos a una comenzaron a gritar su nombre:                   -¡ANA!  ¡¡ANA!! ¡¡¡ANA!!!                  -¡¡¡¡ANAAAAAAAAAAA!!!!...   ⁕⁕⁕⁕           
       |